sábado, 30 de octubre de 2010

El turismo y los insectos

Leo: “Al alma probablemente le siente bien ser turista, aunque sea solo muy de vez en cuando. No digo que le siente bien de una forma refrescante o iluminadora, sino más bien de una forma sombría, severa, estilo ‘Miremos los hechos con franqueza y encontremos una forma de abordarlos’ ”.

Hace dos años, yo estaba en El Calafate. Estaba con mi novia. Era de noche y se largó a llover y nos refugiamos bajo el alero de un negocio. En esa circunstancia, escuchamos a una pareja, parada bajo el mismo alero, que, en conversación con dos italianos, enumeraba los distintos lugares del mundo que habían conocido juntos, en un tono entre orgulloso y ansioso. Apenas podían detenerse en la descripción de un lugar, que ya estaban nombrando otro. Los italianos, desbordados, intentaban sin éxito colar algún comentario. La escena resultante era algo entre cómico e insoportable.

Leo: “Mi experiencia personal no me ha demostrado nunca que viajar por el país amplíe mis horizontes o resulte relajante…”

Hace dos años, yo creía que me gustaba viajar. O, mejor dicho, me gustaba viajar. Lo que no tenía demasiado claro era por qué me gustaba. Yo, lo admito, me veía distinto de aquella pareja que estaba bajo el alero del negocio. Yo (y mi novia, porque, en realidad, los viajes siempre los hice con mi novia, y es imposible pensarlos sin ella) pensaba que el hecho de dormir en una carpa y no en un hotel, que la circunstancia de viajar a dedo y no en avión, nos hacían algo así como viajeros de verdad, aventureros reales. 

Leo: “… sino más bien que el turismo… resulta radicalmente constrictivo, y humillante de la peor forma…”

Yo, sin embargo, ya lo sospechaba. Y, consciente o no, las pruebas de mi sospecha están en que me interesé por condiciones de viaje cada vez más precarias. Como si la improvisación, la fragilidad y el riesgo se me hubieran presentado como las llaves, o las esperanzas, para dar realidad a un mundo cada vez más convencional, más imitativo de sí mismo.

Leo: “Ser un turista de masas equivale a convertirse en un puro americano de los tiempos que corren: foráneo, ignorante, codicioso de algo que nunca se puede tener y decepcionado de una forma que nunca se puede admitir”.

Pero, más allá del cierto consuelo de esperar en una ruta, del innegable alivio de caminar en soledad por la montaña (y es que, a esta altura, el solo hecho de pensar en una reserva de hotel o en una excursión con guía me trae el vómito a la garganta), el problema sigue siendo el mismo. Es más: si se quiere, hasta es razonable pensar que una buena cuota de esnobismo se esconde en viajar como mochilero cuando uno tiene el dinero suficiente para hacerlo de otra manera.

Leo: “Implica estropear, en virtud de la propia ontología, la misma cosa no estropeada que uno ha ido a experimentar”.

Por no mencionar que, en realidad, cargar con mochilas es algo incómodo y bochornoso, que trae fastidio el noventa por ciento del tiempo y que solo brinda satisfacción cuando uno llega a un lugar con la sensación exaltada de “misión cumplida”. 

Leo: “Implica imponerse a uno mismo sobre lugares que en todos los sentidos menos el económico serían mejores y más reales si uno no estuviera”.

Y ahí está la clave del asunto. “Misión cumplida”. ¿Misión cumplida de qué? La fórmula misma está basada en la idea de que viajar es simplemente acumular kilómetros o lugares (de los cuales muy pronto nos vamos a olvidar hasta de sus nombres), de que es imperioso fotografiar todos los detalles hasta el infinito para luego poder atormentar a los amigos (y a nosotros mismos a través del recuerdo en voz baja, del recuerdo de antes de irnos a dormir) con descripciones aborrecibles del estilo “una montaña increíble” o “un río azul como no te das una idea”.

Leo: “Implica, en las colas y en los atascos y en las transacciones sin fin, afrontar una dimensión de uno mismo que resulta tan ineludible como dolorosa: en tanto que turista, te vuelves económicamente significativo pero existencialmente aborrecible, como un insecto posado sobre algo muerto”.

Y ni hablar de las anécdotas y de las “experiencias de vida” que uno trae. Ni hablar de la sabiduría o de la “visión del mundo” que se acumula recorriendo la Tierra. Los contactos con los lugareños se reducen a unas pocas posibilidades. O bien te quieren vender algo, o bien (en el caso nuestro, de seudo-mochileros) es uno el que les pide favores. Los que te quieren vender algo, en realidad te desprecian. Te desprecian porque vos, y otros más como vos, arrogantes y estúpidos, vienen a arruinarles su lugar, a infectárselo, y porque, a pesar de esto y para colmo, están obligados a ubicarse en la posición hipócrita de vendedor/guía/anfitrión amable si quieren ganar unos pesos para vivir. Y, si venís como mochilero y no les comprás, como yo, te ignoran, porque no les interesa perder el tiempo, o te tienen miedo, porque intuyen que de alguna manera podés arruinarles su negocio. Ellos, sin saberlo, también fueron contaminados por la indignidad de los turistas. Ellos, por culpa de los turistas (y gracias a ellos, que en definitiva son los que les dan de comer), se volvieron más ruines todavía que sus huéspedes.

Vuelvo a leer: “existencialmente aborrecible, como un insecto posado sobre algo muerto”.


* El texto que leo es del ensayo "Hablemos de langostas", de David Foster Wallace.

2 comentarios:

  1. Antes de leer esta nota yo era más ingenuo, de alguna forma "mas feliz", sin llegar a ser tan estúpido como los estúpidos que vos nombrás y yo reconozco, descubro que un poco lo soy. Y me entristece. No me gusta reconocerme estúpido. Más bien intento tener una idea más edificante de mi. Que pena. A mi, antes de ponerme reflexionar lo que decís acá me gustaba viajar. Era inocente. Pensar siempre agrava las cosas, las pone difíciles. Se supone que es bueno, uno gana en lucidez. Pero, algunas veces, como en este caso, pierde cosas gratas.

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  2. Yama, dos cositas.
    Primero, no quise dar a entender que el problema que menciono es culpa de que una manga de estúpidos anda infectando el mundo. Más bien, creo que se trata de un problema social, cultural, pero que de todas formas incide (y de forma brutal) en la experiencia del mundo que tenemos.
    Segundo, perdón por hacerte menos feliz. De todos modos, creo (y esto quizás lo digo para matizar y no sentirme tan culpable) que probablemente haya viajeros que no caen dentro de los parámetros que yo nombro. Gente más libre y más feliz, si se quiere, que es capaz de viajar (y de muchas otras cosas más) por fuera de esta estructura cultural. Eso sí, creo que esta gente, de una u otra forma, sufre la violencia de la sociedad.

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